viernes, 3 de junio de 2011

QUIEN ES JESÚS PARA TÍ ?


¿Quién es Jesús de Nazaret? Hace dos mil años, Jesús dirigió a sus discípulos esta misma pregunta:

“Vosotros ¿quién decís que soy yo?” (Mc 8,27). Y la Historia no ha terminado de responderla. Vestía pobremente y los que le rodeaban eran gente sin cultura. No poseía títulos ni riquezas. No tenía armas ni poder alguno. Era joven y ya, desde el principio, era odiado por los poderosos, y un incomprendido hasta para sus propios discípulos.


Los violentos lo encontraban manso y débil. Los custodios del orden lo encontraban violento y peligroso. Los cultos lo despreciaban y le temían. Algunos se reían de su locura, pero los pobres lo admiraban, porque los quería. Muchos lo seguían más por sus milagros que por una verdadera conversión del corazón. Había quienes veían en El al Mesías prometido, pero otros, sobre todo los ministros oficiales de la religión, lo consideraban enemigo del pueblo, blasfemo y profanador del sábado y de las leyes de Dios. Unos días antes de su muerte, lo aclamaron como al Mesías pero, en el momento supremo, todos lo abandonaron, hasta sus más íntimos amigos, con excepción de unas pocas mujeres.


Y, sin embargo, veinte siglos después, la Historia sigue girando en tomo a este hombre. El tiempo se cuenta a partir de su nacimiento, se siguen escribiendo cada año más de mil volúmenes sobre su persona y doctrina. Su vida ha servido de inspiración a la mitad del arte producido en el mundo y cada año miles de hombres y mujeres de todo el mundo, lo dejan todo, familia, patria, bienes, para seguirle sin condiciones, como aquéllos sus doce primeros discípulos. ¿Quién es, pues, este hombre que, a la vez, dice ser Dios? ¿Quién es Jesús de Nazareth?


¿Quién es El para ti?


Jesús no fue un astronauta de un lejano planeta, ni un mago que practicaba artes mágicas, aprendidas en Egipto. Jesús no fue un hombre común y corriente como tú y como yo. El, a la vez que era hombre, era también Dios y con su vida nos ha enseñado a conocer a un Dios bueno, cariñoso y bondadoso, amigo y cercano a los hombres, sus hijos. El nos enseñó con su vida la más grande y hermosa verdad que jamás el mundo entero pudo conocer: DIOS ES AMOR. Dios te ama a ti. Jesús te ama tal y como eres en este momento. No necesitas cambiar para que te ame. Tu eres su hijo y quiere ser tu amigo: “vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Jn 15,14). Por eso, si nadie te quiere, si todos te rechazan, si eres demasiado anciano o enfermo o feo o ignorante o pobre o pecador, El te ama y te dice: “Hijo mío, tus pecados te son perdonados” (Mc 2,5). “No tengas miedo, porque yo estoy contigo y tú eres a mis ojos de gran precio, de gran estima y yo te amo mucho” (Is 43,43).


Y ahora respira profundamente y sonríe: Dios te ama, Jesús te ama, tu vida tiene pleno sentido y Dios espera mucho de ti y cuenta contigo para la gran tarea de la salvación del mundo.


Jesús también nos enseñó a perdonar y, aún más, a amar a nuestros enemigos hasta setenta veces siete (siempre). Y tú ¿guardas resentimiento o deseo de venganza en tu corazón? Si quieres que Jesús sea tu Maestro, déjate enseñar por El y sigue su camino. Es la única manera de ser feliz y de hacer felices a los demás en este mundo y en el otro. Tú no puedes ser indiferente ante El. O estás con El o contra El; o sigues a Cristo o a Satanás. ¿Cuál es tu opción vital? ¿Quieres ser cristiano de verdad? Para el que no tiene fe, seguir a Cristo puede parecerle un cuento sin sentido, pero ¿quién puede asegurarle estar en la verdad?


Gandhi dijo una vez: “Yo digo a los hindúes que su vida será imperfecta, si no estudian respetuosamente la vida de Jesús”. Pero no basta estudiar su vida, hay que llegar a amarlo con todo el corazón para ser verdaderos cristianos y ser capaces de dar la vida por El, como El la dio por nosotros. Si, como creemos, El era verdaderamente hombre y Dios, podemos creer que el ser hombre es algo mucho más grande de lo que imaginamos y mucho más importante de lo que creemos. Seguir a Jesús no puede ser mera curiosidad, pues en ello está en juego el sentido de nuestra vida y El nos exige respuestas absolutas y sin condiciones. El nos dice: “ Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn. 14,6).


Jesús era hijo de su pueblo, el pueblo judío, y amaba a su pueblo y a sus gentes. Era como nosotros, un hijo de nuestra tierra. Crecía en estatura y edad ante Dios y ante los hombres. Era pobre y tenía que trabajar para ganarse la vida. Acogía a los pecadores con amor y no le importaba “contaminarse” con los leprosos. Era sencillo y le gustaba bendecir, acariciar y abrazar a los niños.


Jesús fue un hombre cumplidor de las normas de la religión judía, pero superó muchos prejuicios que la habían desvirtuado. Los judíos creían en un Dios lejano, del que no se podía pronunciar ni el Nombre y El nos presenta a un Dios amigo. Amaba a los pobres con predilección, pero también tenía amigos ricos como Nicodemo o José de Arimatea. Amaba también a los gentiles o extranjeros y también a los samaritanos, a quienes odiaban los judíos, e incluso les hacía milagros y les predicaba y los convertía, porque El era Dios para todos y había venido como Salvador del mundo entero.


También estimaba mucho a las mujeres, que eran consideradas como personas de segunda categoría, y conversaba con ellas. Jesús revalorizó a la mujer. ¡Cuánto amaba a su madre! Quiso que su divinidad se uniera a la humanidad a través de una mujer. Su Madre y Madre nuestra es la persona humana más perfecta que ha existido, existe y existirá. Además, tenía un grupo de mujeres discípulas que lo acompañaban (cosa mal vista en aquel tiempo) y ellas fueron las más valientes en el momento supremo de la cruz y estuvieron a su lado hasta el final.


Por otra parte, superó el sentido estricto del sábado, que parecía una verdadera esclavitud y lo convirtió en un día sagrado de oración, descanso y de fiesta familiar. Para aquellos judíos, en sábado no se podía pelear ni escribir dos letras seguidas, ni hacer o deshacer un nudo ni encender o apagar una lámpara ni dar dos puntadas de costura ni andar más de 2 kilómetros. No se podía cargar comestibles equivalentes al peso de un higo seco o el vino o leche que se toma de un sorbo, no se podía llevar encima el portamonedas ni un anillo que tuviera alguna joya, ni siquiera una aguja. Pero se podía atar o desatar un nudo si se hacía con una sola mano o si no era de cuerda etc.,etc. Jesús quiere que superen estas estrecheces legalistas y hacerles entender que lo más importante es amar y hacer el bien en sábado. Por eso, curaba en sábado, a pesar de ser considerado blasfemo, y les dice claramente: “El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2,27).


Otras cosas que los fariseos le echaban en cara a Jesús era, por ejemplo, comer sin lavarse las manos o ir acompañado de pecadores como Mateo (antiguo publicano, cobrador de impuestos) o de María Magdalena (antigua prostituta). Esto para ellos era poco menos que una blasfemia. Por eso, Jesús los llama sepulcros blanqueados, hipócritas, que sólo se preocupan de lo exterior y no del amor del corazón.


Jesús puso todo su empeño en la liberación interior. Nunca habló contra los romanos opresores ni contra la esclavitud existente. Porque, por encima de esta vida material y física, existe otra sobrenatural y eterna, la vida del alma. Y El vino a salvar a los pecadores y liberarlos de la peor esclavitud existente, que puede durar eternamente, la esclavitud del pecado.


Por eso, los que quieren ver en Jesús a un revolucionario social, que levantaba a las masas contra los explotadores o los dominadores romanos, es poco menos que un perfecto ignorante. El centro del mensaje evangélico es el amor y el perdón, incluso a los enemigos. Los que odian o enseñan a odiar están lejos de su camino.


El no despreciaba las riquezas, pero nos enseña a no anteponerlas a Dios. “No se puede servir al mismo tiempo a Dios y al dinero” (Lc 16,13). “El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mió” (Lc 14,33). Y nos invita a confiar en la Providencia de Dios, que tiene contados hasta los pelos de nuestra cabeza ( Lc 12,6). “Buscad primero el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura” (Lc l2,31). Y hablaba con la autoridad de Dios. “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mc 13,3 l). Hasta los policías encargados de llevarlo preso, reconocen que ningún hombre ha hablado como él ( Jn 7,46). Y los fariseos y herodianos le reconocen que dice siempre la verdad ( Mt 22,16).


Otra gran lección que nos da Jesús, es el valor del sufrimiento. El nos salvó por medio de la cruz y quiere que nosotros llevemos la cruz de cada día sin desesperación, sino dándole un valor, ofreciéndola con amor. Con su propia vida nos enseñó el valor del ayuno, de la oración y de la penitencia. Estuvo cuarenta días y cuarenta noches en oración y ayuno, preparándose para su gran misión de predicar la salvación. Nosotros no podemos prescindir de la cruz. Por la cruz llegaremos a la luz de la resurrección. Debemos ser verdaderos cristianos con Cristo crucificado, pues, queramos o no, la cruz es parte indispensable de nuestra existencia humana y debemos aceptarla con amor para darle un sentido y así obtener muchas gracias y bendiciones de Dios para nosotros y para los demás.


Jesús es la luz de mundo, la alegría del mundo; sin El, el mundo estaría vacío y sin luz. Nuestra misma vida no tendría sentido, pues si Cristo no hubiera venido a salvamos ¿qué hubiera sido de nosotros? Jesús es el Salvador, nuestro Salvador. El nos espera siempre para perdonarnos y bendecirnos y consolarnos, acudamos a El, que nos dice: “Venid a mí los que estáis agobiados y sobrecargados que yo os aliviaré y daré descanso para vuestras almas” (Mt 11,28). El vino también a sanar a los enfermos y traer paz y consuelo a los que tienen destrozado el corazón y dar libertad a los que están encarcelados ( Lc 4,18; Is 61,1). Su corazón humano y divino es, al mismo tiempo, un corazón lleno de amor para todos y cada uno de los hombres ( Cat 478). El amaba a los enfermos y “todos los que lo tocaban quedaban curados” (Mt 14,36). Y quería que el amor fuera el distintivo de sus discípulos. “En esto conocerán que sois mis discípulos en que os améis los unos a los otros” (Jn 13,35).


Jesús también quiere sanarte hoy a ti, quiere ser tu Sanador y tu Salvador. Quiere llenar tu vida de alegría y paz. El es capaz de convertir tu hombre viejo en un hombre nuevo. Por eso, debes apostarlo todo por El. Vale la pena vivir y morir por Jesucristo